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Marzo 2017

Hace ya algún tiempo pensábamos que la situación en Venezuela había tocado fondo, pero lo que los noticieros y las redes sociales nos traen cada día, es un empeoramiento y una degradación mayor, y esto a vista y paciencia de la comunidad internacional; yo misma pude ser testigo de lo que estaba pasando en Barquisimeto y Caracas en una visita realizada el año pasado, pero lo que ocurre hoy en día, es monstruoso.

 

El país con las reservas de petróleo más grandes del continente, con llanuras inmensas, ricas en ganado y en vegetales, con talento grande de sus gentes, tanto en la ciencia como en las artes, se muere de hambre, tanto, que la gente más pobre, porque no se han acabado los pobres en Venezuela en tiempos del Socialismo del Siglo XXI, revuelve en la basura para encontrar algo que puedan llevarse a la boca.

 

A las afueras de los restaurantes, de los hospitales, de los depósitos de frutas y hortalizas, se amontonan jóvenes, niños y ancianos, para buscar restos que les permitan saciar su hambre.

 

Las colas se mantienen a las puertas de los supermercados y de las farmacias, para tratar de abastecerse de algo, las cartillas de racionamiento son el mecanismo que el incompetente gobierno de Maduro encuentra para paliar la crisis, con lo que indudablemente la acentúa y vuelve cada vez más difícil la vida de los venezolanos; de los que se han quedado, porque son muchísimos los que han decidido escapar de la situación desesperada, buscando trabajo en otros países, inclusive el nuestro.

 

Venezuela se muere de hambre, hay una crisis humanitaria de proporciones dantescas, la violencia se ha tomado las calles, la gente tiene temor de circular, especialmente por las noches, y todavía hay quienes se atreven a promover este sistema de gobierno que lo único que trae es enfrentamiento, miseria y aún más inequidad.

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

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