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ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

 

Aún recuerdo los tiempos de la escuela primaria, donde nos acostumbramos a ver a las monjas con los largos hábitos, las tocas blanquinegras en lo alto de las cabezas, el crucifijo pendiente del cuello, la disciplina que imperaba en las aulas y corredores, la alegría en los patios.
 

Entre ellas se destacaba, tanto por su estatura como por su capacidad de llegada a las alumnas, una que después llegaría a tener las más altas funciones en su orden en el territorio ecuatoriano, Sor Graciela Malo González,  quien fue Superiora y Rectora del Colegio de las Catalinas de Cuenca, y luego Provinciala del Ecuador.
 

Su capacidad, junto a otros destacados miembros de la orden, la llevó a organizar y a elevar a los principales sitiales de la educación en la ciudad de Cuenca, al colegio donde tuve la honra de formarme.
 

Su talante tranquilo y firme a la vez, la decisión de fomentar las expresiones artísticas a través de enormes y multitudinarios festivales, en los que incorporaba desde las más chiquitas hasta las que estaban en vísperas de graduarse, junto a otra figura cimera del colegio cuencano, a Sor Ana Victoria Delgado, son recordadas por generaciones.
 

Conversamos muchas veces, primero como alumna y luego como docente; ella fue quien me invitó a incorporarme como maestra días antes de la rendición del grado de bachiller; le interesaba todo, tenía una mente abierta al cambio, a las innovaciones y eso le dio una tónica diferente a este colegio de monjas en la recoleta ciudad de Cuenca.
 

Se fue apagando, dejando solo al espíritu con su presencia  dominante, sus enseñanzas seguramente tienen todavía cabida en muchos corazones de mujeres a las que formó y alentó, su contingente fue invaluable en la formación de caracteres, su reciedumbre moral dejó una impronta indeleble, por lo que, a la distancia le rendimos homenaje y ensalzamos su recuerdo.

UNA MONJA IRREMPLAZABLE

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